El IC y la casa Cuatro significan la influencia
que tiene sobre nosotros nuestra «familia de origen», aquella dentro de la cual
nacimos. Los planetas y signos en la Cuarta revelan la atmósfera que sentimos
en aquel hogar, y el tipo de condicionamiento o de «guión» que recibimos en él,
es decir, la herencia psicológica familiar. Pero la casa Cuarta denota también,
si profundizamos un más, aquellas cualidades de las que somos portadores y que
se remontan a nuestros orígenes étnicos o raciales: los aspectos de la historia
y la evolución acumuladas de nuestra raza que residen dentro de nosotros. Por
ejemplo, Saturno en la casa Cuatro o Capricornio en el IC describen en
ocasiones una atmósfera hogareña que el nativo sintió como fría, estricta o
carente de amor, o con antecedentes de una larga línea de conservadores
incondicionales; en cambio, es probable que Venus en la casa Cuatro, o Libra
en el IC estén mejor sintonizados con el amor y la armonía en el seno del
hogar de origen, y puede que sientan afinidad y aprecio por la tradición de la
cual provienen. Situados en esta casa, la Luna o Cáncer se funden fácilmente
con el ambiente hogareño, en tanto que Urano o Acuario en esta posición suelen
sentirse como extraños en territorio extraño, mientras se preguntan con
curiosidad cómo habrán «ido a parare precisamente a esa familia. Marcel Proust,
quien en su obra En busca del tiempo perdido recorrió con incomparable detalle su vida
temprana y sus más íntimos sentimientos, así como el funcionamiento de la
memoria misma, había nacido con el Sol, Mercurio, Júpiter y Urano en Cáncer,
todos en la casa Cuatro.
Normalmente, la influencia que las figuras
parentales ejercen sobre nosotros se atribuyen al eje entre las casas Cuatro y
Diez. Desde un punto de vista tradicional, siempre ha sido sensato asociar la
casa Cuatro (regida naturalmente por la Luna y Cáncer) con la Madre, y la casa
Diez (regida naturalmente por Saturno y Capricornio) con el Padre. La mayor
parte de los astrólogos se conformaron con esta clasificación, pero los
trabajos de Liz Greene han llevado cierta ambigüedad a este dominio. A partir
de su considerable experiencia y pericia como consultora astrológica, Greene
se ha encontrado con que, al parecer, la descripción que hacen sus clientes de
la relación con la madre se correlaciona más estrechamente con la Décima casa,
en tanto que la imagen del padre funciona mejor con la Cuarta.
Hay sólidos argumentos tanto en favor como en contra
de ambas escuelas de pensamiento. Puesto que la casa Cuatro se vincula con
Cáncer y con la Luna, parecería razonable asignárselas a la madre. El útero fue
nuestro lugar de origen, y en la infancia somos más sensibles y receptivos a
los sentimientos y estados anímicos de la madre que a los del padre.
En cuanto a éste, se lo relaciona con la
casa Diez, con Saturno y Capricornio: después de todo, normalmente es él quien
gana el pan, y el que da la cara al público, y solía ser costumbre que el hijo
siguiera la profesión del padre. Sin embargo, los argumentos opuestos son
igualmente convincentes: la Luna no es solamente la madre; es también «nuestros
orígenes», y el apellido se hereda del padre. De esta manera, él puede estar
asociado con la Cuarta casa. La casa Décima es mucho más obvia que la Cuarta, y
para el niño la madre es mucho más obvia que el padre. La maternidad es un
hecho claro, de primer plano y públicamente reconocible, como la casa Diez. La
paternidad es cosa más conjetural, en ocasiones oculta y quizás incluso
misteriosa y, por ende, es posible que sea mejor correlacionarla con el oculto
y misterioso IC y con la casa Cuatro. Igualmente, en la sociedad occidental por
lo menos, la madre es generalmente la primera influencia socializadora que
recibe el niño. Durante la niñez, la madre es la gran «negadora»; con ella
pasamos la mayor parte del tiempo, y su rol consiste en vigilarnos y enseñarnos
la diferencia entre lo que es bueno y aceptable, y lo que es malo y no está
permitido. Normalmente, es la madre quien enseña al niño el control de
esfínteres, la primera adaptación importante a que hemos de someternos para
conformarnos a los estándares sociales (Saturno, Capricornio y la Décima casa).
No creo que sea posible establecer
inequívocamente que la casa Cuatro corresponde siempre al padre, y la Diez
siempre a la madre, o viceversa. Es más seguro -y quizá más exacto- decir que
aquel de los padres que «configura» -es decir, con quien el niño pasa más
tiempo, y que tiene mayor influencia en la adaptación del hijo a la sociedad-
debe estar asociado con la casa Décima; y el más «oculto», el que es menos
visible y, considerado como una cantidad, se aproxima más a una incógnita, debe
estar relacionado con la casa Cuatro. En la práctica, después de haber hablado
con un cliente, el astrólogo puede adivinar con bastantes probabilidades de
éxito cuál de los padres pertenece a cada casa. Si verifico, por ejemplo, que
el padre del cliente es un Géminis con la Luna en Acuario, y encuentro a
Géminis en el IC del cliente y a Urano en la Cuarta casa, parece probable que,
en este caso, la Cuarta casa sea una descripción adecuada del padre, pero no
todas las cartas nos ponen las cosas tan fáciles.
Es importante recordar que probablemente los
emplazamientos en la casa Cuatro (ya se trate de la madre o del padre) no
describirán al padre o madre tal como efectivamente eran en cuanto personas,
sino más bien como el niño los vi vendaba: lo que se conoce como imago parental, la imagen a priori e innata que el niño tiene de los padres.
La psicología tradicional sostiene normalmente la opinión de que si algo anda
mal entre padre e hijo, es por culpa del padre; contrariamente, la astrología
psicológica asigna por lo menos la mitad de la responsabilidad al niño, por
tener una vivencia determinada del padre. Por ejemplo (suponiendo que la casa
Cuatro sea el padre), una niñita que tenga a Saturno en la Cuatro responderá
preferentemente a los aspectos saturninos de la naturaleza de su padre. Él
tendrá probablemente 'muchas cualidades diferentes de las que van asociadas
con ese principio arquetípico, pero la criatura percibirá selectivamente y con preferencia los rasgos saturninos.
Es probable que el padre sea bondadoso y cálido el 75 por ciento de las veces,
pero lo que la hija registre será ese 25 por ciento en que es frío e
intolerante.
Lo más frecuente es que haya una confabulación
entre la imagen parental que registra la carta del hijo y los emplazamientos
claves en la carta del padre. Es probable, por ejemplo, que la carta del padre
de la niña con Saturno en la Cuarta casa tenga el Sol en Capricornio, ascendente
Capricornio o una conjunción Sol-Saturno. Sin embargo, aun si la carta del padre
no se aproxima tanto a la descripción de los emplazamientos en la Cuarta casa
de ella, es frecuente que la predilección por ver a uno de los padres de una
manera determinada tenga el efecto de convertir a la persona en aquello que
está siendo proyectado sobre ella. Si, aunque él le demuestre amor y
generosidad, la niña continúa reaccionando hacia su padre como si fuera una
persona cruel y rígida, es posible que éste se sienta en última instancia tan
frustrado que se vuelva hosco con ella, o que renuncie a todo esfuerzo y la
evite totalmente. Entonces, la niñita puede decirse para sus adentros: «Qué
canalla; yo siempre supe que era así». Pero cabe preguntarse si realmente lo
era.
Nacemos con el esqueleto de ciertas
predisposiciones y expectativas innatas, pero las experiencias que tenemos
cuando niños van recubriéndolo paulatinamente de carne. Interpretamos el medio
de cierta manera, y por ello tomamos posturas concretas, hacia nosotros mismos
y hacia la vida «exterior” en general, las cuales se basan en esas
percepciones. La niñita con Saturno en la casa Cuatro que hemos tomado como
ejemplo tiene ya algunos enunciados existenciales sobre cómo es la vida que
ocupan un lugar prominente: «Mi padre no me ama» y «Mi padre es un canalla»,
por no citar más que dos. Y los llevará dentro de sí incluso después de haberse
alejado del hogar paterno, hasta que culminen en actitudes más definitivas,
como: «Los nombres me encuentran indigna de amor» y «Todos los hombres son unos
canallas». Al tomar conciencia de los orígenes de tales actitudes, se deja
margen a la posibilidad de cambiarlas, o de encontrar otras maneras de
organizar la experiencia. La profundización en la casa Cuatro, que muestra
cuáles son los arquetipos activados en las primeras etapas de la vida hogareña
entre nosotros y aquel de los padres que está en juego, puede favorecer en gran
medida este proceso.
Además de describir nuestros orígenes heredados,
y aquello que reside en lo más profundo de nosotros mismos, la Cuarta casa se
asocia con el hogar en general. ¿Qué clase de atmósfera hogareña creamos? ¿Qué
es lo que atraemos allí hacia nosotros? ¿Cuáles son las cualidades del medio
hogareño con que más naturalmente resonamos? Éstas son preguntas que podemos
responder examinando los planetas y signos en la Cuarta casa.
T. S. Eliot escribe que «en mi comienzo está mi
fin». La Cuarta casa nos da una imagen de nuestros orígenes, pero también se
asocia con la forma en que damos término a las cosas. Nuestra manera de
resolver en última instancia un problema o de «cerrar la sesión» se relaciona
con los emplazamientos en la casa Cuatro. En caso de estar allí, Venus termina
pulcra y limpiamente las cosas, bien atadas en un elegante paquetito. Saturno
puede demorar las terminaciones o aceptarlas a regañadientes. Es frecuente que
la Luna y Neptuno se escurran fuera silenciosa y pacíficamente, en tanto que
Marte y Urano se van «dando un portazo».
La casa Cuatro sugiere también condiciones que
rodean la segunda mitad de la vida. Lo que se encuentra más profundamente
dentro de nosotros sale fuera hacia el final. Somos muchos los que, después de
los cuarenta, y conmovidos tal vez por la muerte de uno de los padres, tomamos
cada vez más conciencia de nuestra propia mortalidad, y de que nos queda menos
tiempo para desperdiciar. Ésta puede ser la base para que nos mostremos
dispuestos a hacer más espacio en nuestra vida a la expresión y comunicación de
nuestras necesidades y sentimientos más íntimos. Además, una experiencia
directa de la vida es un requisito previo al descubrimiento de uno mismo, de
modo que no es sorprendente que nuestras motivaciones más íntimas y más
profundas no puedan aflorar hasta nuestros últimos años. Un ejemplo extremo de
ello son las confesiones en el lecho de muerte, en que las personas revelan
dramáticamente verdades, referidas principalmente a sí mismas, que habían
mantenido ocultas durante décadas.
La psicoterapia, la reflexión sobre nosotros
mismos, diversas formas de meditación -cualquier cosa que nos lleve al interior
de nosotros mismos- traen a la superficie las energías de la casa Cuatro, y
pueden hacer que dispongamos más conscientemente de esas energías desde una etapa más
temprana de la vida. Mejor que descuidar lo que se encuentra en sus
profundidades, lo aconsejable es hacer frente lo antes posible a los
emplazamientos difíciles en esta casa. La Cuarta casa, lo mismo que el pasado,
siempre llega a darnos alcance.