lunes, 21 de septiembre de 2020

Casa 4

 

El IC y la casa Cuatro significan la influencia que tiene sobre nosotros nuestra «familia de origen», aquella dentro de la cual nacimos. Los pla­netas y signos en la Cuarta revelan la atmósfera que sentimos en aquel hogar, y el tipo de condicionamiento o de «guión» que recibimos en él, es decir, la herencia psicológica familiar. Pero la casa Cuarta denota tam­bién, si profundizamos un más, aquellas cualidades de las que somos portadores y que se remontan a nuestros orígenes étnicos o raciales: los aspectos de la historia y la evolución acumuladas de nuestra raza que residen dentro de nosotros. Por ejemplo, Saturno en la casa Cuatro o Capricornio en el IC describen en ocasiones una atmósfera hogareña que el nativo sintió como fría, estricta o carente de amor, o con antecedentes de una larga línea de conservadores incondicionales; en cambio, es pro­bable que Venus en la casa Cuatro, o Libra en el IC estén mejor sintoni­zados con el amor y la armonía en el seno del hogar de origen, y puede que sientan afinidad y aprecio por la tradición de la cual provienen. Si­tuados en esta casa, la Luna o Cáncer se funden fácilmente con el ambiente hogareño, en tanto que Urano o Acuario en esta posición sue­len sentirse como extraños en territorio extraño, mientras se preguntan con curiosidad cómo habrán «ido a parare precisamente a esa familia. Marcel Proust, quien en su obra En busca del tiempo perdido recorrió con incomparable detalle su vida temprana y sus más íntimos sentimien­tos, así como el funcionamiento de la memoria misma, había nacido con el Sol, Mercurio, Júpiter y Urano en Cáncer, todos en la casa Cuatro.

Normalmente, la influencia que las figuras parentales ejercen sobre nosotros se atribuyen al eje entre las casas Cuatro y Diez. Desde un pun­to de vista tradicional, siempre ha sido sensato asociar la casa Cuatro (regida naturalmente por la Luna y Cáncer) con la Madre, y la casa Diez (regida naturalmente por Saturno y Capricornio) con el Padre. La mayor parte de los astrólogos se conformaron con esta clasificación, pero los trabajos de Liz Greene han llevado cierta ambigüedad a este dominio. A partir de su considerable experiencia y pericia como consultora astro­lógica, Greene se ha encontrado con que, al parecer, la descripción que hacen sus clientes de la relación con la madre se correlaciona más estre­chamente con la Décima casa, en tanto que la imagen del padre funciona mejor con la Cuarta.

Hay sólidos argumentos tanto en favor como en contra de ambas es­cuelas de pensamiento. Puesto que la casa Cuatro se vincula con Cáncer y con la Luna, parecería razonable asignárselas a la madre. El útero fue nuestro lugar de origen, y en la infancia somos más sensibles y receptivos a los sentimientos y estados anímicos de la madre que a los del padre.

En cuanto a éste, se lo relaciona con la casa Diez, con Saturno y Capri­cornio: después de todo, normalmente es él quien gana el pan, y el que da la cara al público, y solía ser costumbre que el hijo siguiera la profe­sión del padre. Sin embargo, los argumentos opuestos son igualmente convincentes: la Luna no es solamente la madre; es también «nuestros orígenes», y el apellido se hereda del padre. De esta manera, él puede estar asociado con la Cuarta casa. La casa Décima es mucho más obvia que la Cuarta, y para el niño la madre es mucho más obvia que el padre. La maternidad es un hecho claro, de primer plano y públicamente reco­nocible, como la casa Diez. La paternidad es cosa más conjetural, en ocasiones oculta y quizás incluso misteriosa y, por ende, es posible que sea mejor correlacionarla con el oculto y misterioso IC y con la casa Cuatro. Igualmente, en la sociedad occidental por lo menos, la madre es generalmente la primera influencia socializadora que recibe el niño. Durante la niñez, la madre es la gran «negadora»; con ella pasamos la mayor parte del tiempo, y su rol consiste en vigilarnos y enseñarnos la diferencia entre lo que es bueno y aceptable, y lo que es malo y no está permitido. Normalmente, es la madre quien enseña al niño el control de esfínteres, la primera adaptación importante a que hemos de someter­nos para conformarnos a los estándares sociales (Saturno, Capricornio y la Décima casa).

No creo que sea posible establecer inequívocamente que la casa Cua­tro corresponde siempre al padre, y la Diez siempre a la madre, o vice­versa. Es más seguro -y quizá más exacto- decir que aquel de los padres que «configura» -es decir, con quien el niño pasa más tiempo, y que tiene mayor influencia en la adaptación del hijo a la sociedad- debe estar asociado con la casa Décima; y el más «oculto», el que es menos visible y, considerado como una cantidad, se aproxima más a una incógnita, debe estar relacionado con la casa Cuatro. En la práctica, después de haber hablado con un cliente, el astrólogo puede adivinar con bastantes probabilidades de éxito cuál de los padres pertenece a cada casa. Si verifi­co, por ejemplo, que el padre del cliente es un Géminis con la Luna en Acuario, y encuentro a Géminis en el IC del cliente y a Urano en la Cuarta casa, parece probable que, en este caso, la Cuarta casa sea una descripción adecuada del padre, pero no todas las cartas nos ponen las cosas tan fáciles.

Es importante recordar que probablemente los emplazamientos en la casa Cuatro (ya se trate de la madre o del padre) no describirán al padre o madre tal como efectivamente eran en cuanto personas, sino más bien como el niño los vi vendaba: lo que se conoce como imago parental, la imagen a priori e innata que el niño tiene de los padres. La psicología tradicional sostiene normalmente la opinión de que si algo anda mal entre padre e hijo, es por culpa del padre; contrariamente, la astrología psicológica asigna por lo menos la mitad de la responsabilidad al niño, por tener una vivencia determinada del padre. Por ejemplo (su­poniendo que la casa Cuatro sea el padre), una niñita que tenga a Saturno en la Cuatro responderá preferentemente a los aspectos saturninos de la naturaleza de su padre. Él tendrá probablemente 'muchas cualidades di­ferentes de las que van asociadas con ese principio arquetípico, pero la criatura percibirá selectivamente y con preferencia los rasgos saturninos. Es probable que el padre sea bondadoso y cálido el 75 por ciento de las veces, pero lo que la hija registre será ese 25 por ciento en que es frío e intolerante.

Lo más frecuente es que haya una confabulación entre la imagen parental que registra la carta del hijo y los emplazamientos claves en la carta del padre. Es probable, por ejemplo, que la carta del padre de la niña con Saturno en la Cuarta casa tenga el Sol en Capricornio, ascen­dente Capricornio o una conjunción Sol-Saturno. Sin embargo, aun si la carta del padre no se aproxima tanto a la descripción de los emplaza­mientos en la Cuarta casa de ella, es frecuente que la predilección por ver a uno de los padres de una manera determinada tenga el efecto de convertir a la persona en aquello que está siendo proyectado sobre ella. Si, aunque él le demuestre amor y generosidad, la niña continúa reaccio­nando hacia su padre como si fuera una persona cruel y rígida, es posible que éste se sienta en última instancia tan frustrado que se vuelva hosco con ella, o que renuncie a todo esfuerzo y la evite totalmente. Entonces, la niñita puede decirse para sus adentros: «Qué canalla; yo siempre supe que era así». Pero cabe preguntarse si realmente lo era.

Nacemos con el esqueleto de ciertas predisposiciones y expectativas innatas, pero las experiencias que tenemos cuando niños van recubrién­dolo paulatinamente de carne. Interpretamos el medio de cierta manera, y por ello tomamos posturas concretas, hacia nosotros mismos y hacia la vida «exterior” en general, las cuales se basan en esas percepciones. La niñita con Saturno en la casa Cuatro que hemos tomado como ejem­plo tiene ya algunos enunciados existenciales sobre cómo es la vida que ocupan un lugar prominente: «Mi padre no me ama» y «Mi padre es un canalla», por no citar más que dos. Y los llevará dentro de sí incluso después de haberse alejado del hogar paterno, hasta que culminen en actitudes más definitivas, como: «Los nombres me encuentran indigna de amor» y «Todos los hombres son unos canallas». Al tomar conciencia de los orígenes de tales actitudes, se deja margen a la posibilidad de cam­biarlas, o de encontrar otras maneras de organizar la experiencia. La profundización en la casa Cuatro, que muestra cuáles son los arquetipos activados en las primeras etapas de la vida hogareña entre nosotros y aquel de los padres que está en juego, puede favorecer en gran medida este proceso.

Además de describir nuestros orígenes heredados, y aquello que resi­de en lo más profundo de nosotros mismos, la Cuarta casa se asocia con el hogar en general. ¿Qué clase de atmósfera hogareña creamos? ¿Qué es lo que atraemos allí hacia nosotros? ¿Cuáles son las cualidades del medio hogareño con que más naturalmente resonamos? Éstas son pre­guntas que podemos responder examinando los planetas y signos en la Cuarta casa.

T. S. Eliot escribe que «en mi comienzo está mi fin». La Cuarta casa nos da una imagen de nuestros orígenes, pero también se asocia con la forma en que damos término a las cosas. Nuestra manera de resolver en última instancia un problema o de «cerrar la sesión» se relaciona con los emplazamientos en la casa Cuatro. En caso de estar allí, Venus termi­na pulcra y limpiamente las cosas, bien atadas en un elegante paquetito. Saturno puede demorar las terminaciones o aceptarlas a regañadientes. Es frecuente que la Luna y Neptuno se escurran fuera silenciosa y pacífi­camente, en tanto que Marte y Urano se van «dando un portazo».

La casa Cuatro sugiere también condiciones que rodean la segunda mitad de la vida. Lo que se encuentra más profundamente dentro de nosotros sale fuera hacia el final. Somos muchos los que, después de los cuarenta, y conmovidos tal vez por la muerte de uno de los padres, toma­mos cada vez más conciencia de nuestra propia mortalidad, y de que nos queda menos tiempo para desperdiciar. Ésta puede ser la base para que nos mostremos dispuestos a hacer más espacio en nuestra vida a la expresión y comunicación de nuestras necesidades y sentimientos más íntimos. Además, una experiencia directa de la vida es un requisito pre­vio al descubrimiento de uno mismo, de modo que no es sorprendente que nuestras motivaciones más íntimas y más profundas no puedan aflo­rar hasta nuestros últimos años. Un ejemplo extremo de ello son las confesiones en el lecho de muerte, en que las personas revelan dramáti­camente verdades, referidas principalmente a sí mismas, que habían mantenido ocultas durante décadas.

La psicoterapia, la reflexión sobre nosotros mismos, diversas formas de meditación -cualquier cosa que nos lleve al interior de nosotros mis­mos- traen a la superficie las energías de la casa Cuatro, y pueden hacer que dispongamos más conscientemente de esas energías desde una etapa más temprana de la vida. Mejor que descuidar lo que se encuentra en sus profundidades, lo aconsejable es hacer frente lo antes posible a los emplazamientos difíciles en esta casa. La Cuarta casa, lo mismo que el pasado, siempre llega a darnos alcance.


 

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